sábado, 21 de noviembre de 2015

Marca España

Cerramos los ojos y las imágenes vienen a nuestra cabeza. De la misma manera que se forman los sueños, montamos fragmentos de realidad a partir de nuestra experiencia, de las películas que vemos, de los libros que leemos y de las historias que escuchamos en boca de amigos o conocidos. Es así como se forma la imagen de un país. No es objetiva, no es imparcial, pero tampoco es personal. Creemos que es nuestra, pero en realidad es una construcción colectiva que crean los otros, los que viven lejos del país retratado y que seguramente nunca lo hayan pisado. Es una representación que se forma a lo largo de los siglos, influenciada por los intereses económicos y políticos del momento, pero que sobrevive a todos ellos, que perdura en el tiempo y se instala de forma irremediable en el subconsciente colectivo.

Por esta razón resulta inútil cambiar esa imagen desde dentro del propio territorio. No podemos crear una marca España, pues ya existía antes de que llegáramos y seguirá estando allí cuando nos vayamos. Cuando estamos dentro de nuestras fronteras no pensamos en ella y eso nos puede llevar al error de querer cambiarla, pero cuando salimos nos enfrentamos a esa imagen y vemos que el esfuerzo personal no es suficiente para frenar una corriente que fluye con la fuerza que el tiempo le ha dado.

Desde mi salida de España me he dedicado a desmontar la falsa imagen que los franceses tienen de nuestro país. Me miraron con los ojos desorbitados cuando afirmé nunca haber ido a una corrida de toros (muchos se creen que vamos a los toros en lugar de ir al cine) y no saber tocar la guitarra. También les expliqué para su asombro que la verdadera paella no lleva chorizo, por citar algunos ejemplos representativos. Para que se hagan una idea de hasta dónde llegan los estereotipos, les contaré que una compañera de trabajo me llegó a definir como un "español alemán". Ya saben, los alemanes tienen fama de serios, organizados y trabajadores y los españoles de sociables, vagos y fiesteros. Al verme le costaba creer que un español pudiera trabajar tanto como cualquiera, pues se dice que como en nuestro país hace más calor, la gente prefiere beber gazpacho y dormir la siesta a ir al trabajo. Desgraciadamente el porcentaje de parados no ayuda a desmentirlo.

Sobre choques culturales podría escribir un libro, pues no sólo soy un español viviendo en Francia, sino que además mi mujer es de nacionalidad rumana. No lo nieguen, puedo ver la imagen formándose en sus cabezas, un reflejo muy deformado de la realidad. Incluso no les culparé si se preguntan por qué me casé con una rumana teniendo tantas francesas para elegir. La respuesta es bien sencilla: ¿y por qué no? Si algo he aprendido en mi estancia en el extranjero, es a no generalizar, a otorgar el beneficio de la duda a cualquiera, a dejar que construya su propia imagen a través de sus acciones, partiendo de cero, sin tener que romper las expectativas que una marca determinada le haya impuesto. Actualmente vivo entre tres países y para mí el concepto de patria es bastante abierto. La experiencia me ha enseñado que todos somos habitantes de una misma roca que gira irremediablemente alrededor del Sol, que las fronteras tienden a diluirse y que la idea de una marca España tiene tan poco sentido hoy en día como una marca Francia o una marca Cataluña. 

Así que ya saben, que no les engañen, que no les vendan Cervantes o Picasso cuando lo que quieren es Jordi Pujol, Rodrigo Rato o Iñaki Urdangarín (en Francia siguen muy de cerca su caso, afilando su conocida guillotina). Para qué conformarse con el jamón serrano de toda la vida cuando pueden disfrutar de un magnífico cinco jotas marca España. Tal vez ése sea nuestro mayor distintivo, ese carácter pillo o golfo que tarde o temprano sale a relucir. Para acabar, me gustaría hacer una humilde sugerencia al gobierno que saldrá de las próximas elecciones: dejen de malgastar el dinero público en crear una etiqueta que no sirve para nada e inviértanlo en acabar con los vergonzosos (por decirlo de un modo amable) datos del paro. Porque esa sí que es la verdadera marca España, la cifra que mejor nos define y que nos señala con el dedo no sólo en Europa, sino en el mundo entero. Bajar el paro no sólo nos llevaría a ganar el respeto de nuestros vecinos y lavar nuestra degradada imagen de una forma convincente y duradera, sino que además, y lo que es más importante, cambiaría las vidas de más de cuatro millones de personas.

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