domingo, 29 de marzo de 2020

Ya estamos muertos

A veces la realidad supera a la ficción. Y cuando lo hace, el resultado es tan abrumador que nos sentimos desbordados por algo que se nos antojaba inimaginable. Nosotros, que nos creíamos tan inteligentes, fuimos incapaces de adelantar un improbable desenlace y nos encontramos perdidos, sin poder organizar el contraataque necesario para acabar con el enemigo, vencidos por un invisible virus.

Todo ha sucedido tan rápido, que cuando empezamos a reflexionar ya era demasiado tarde. No se dio al fenómeno la importancia que necesitaba, ni se hizo nada para evitar la situación actual, a pesar de haber constatado el primer brote en China hace más de tres meses, a pesar de haber visto las medidas aplicadas allí y a pesar de haber comprobado cómo el dantesco contexto se reproducía de igual manera en Italia. Si resulta difícil entender por qué no se ha actuado antes, debemos acudir al significado de la palabra “confinamiento”, tan alejada de nuestra forma de ser, que nunca antes habíamos utilizado tanto y cuya pronunciación daba miedo. Nos parecía inconcebible ver a aquellas personas aisladas en Wuhan, gritándose palabras de ánimo desde las terrazas, intentando hacer más llevadero un encierro propio de la más claustrofóbica película. La enfermedad nos recordó cuán frágiles somos y no quisimos admitirlo. Creamos objetos cada vez más perfectos, capaces de suplir nuestras limitaciones, pero un simple y minúsculo virus puede acabar con nosotros.

Desde Francia he seguido religiosamente las noticias de cuanto sucedía en España, comparando la evolución del fenómeno, las reacciones y formas de enfrentarse al desastre. Si bien el brote empezó casi al mismo tiempo, la progresión en nuestro país fue fulgurante y el número de contagios no tardó en doblar el de Francia. Y si las contundentes medidas llegaron tarde a España, por increíble que parezca, las autoridades se despertaron aún más tarde en Francia. Mientras los españoles estaban confinados en sus casas, los franceses iban, forzados, a votar en las elecciones municipales. Pero esa tensa situación de fingida normalidad cayó por su propio peso apenas un día después, cuando se ordenó el confinamiento y la “guerra” contra el virus dejó de ser un secreto a voces para convertirse en una triste realidad. Ahora ya ni siquiera enciendo la televisión. El coronavirus ha acaparado tanto los telediarios, que la angustia transmitida por una información sensacionalista empeora aún más la situación. Ya ni siquiera hay titulares y solo queda una sucesión de noticias alarmantes. Como si no sucediera nada más en el mundo, que parece haber dejado de girar. Ahora, más que nunca, necesitamos otras noticias que nos saquen de esta triste espiral que nos atrapa y de la que cada vez nos cuesta más salir. 

Tal vez una de las cosas más difíciles de soportar sea la violenta irrupción de la incertidumbre. Pasamos nuestra existencia ignorando que todo cambia, aferrándonos a cuanto nos proporciona una falsa sensación de estabilidad (un trabajo, una pareja, una familia, unas distracciones que nos vacíen de inquietudes), hasta que la realidad acaba imponiéndose. Por eso cuesta tanto aceptarla y la incapacidad de controlar la situación nos produce ansiedad y tristeza. No queda más remedio que redefinir nuestra rutina y aprender a adaptarnos a cada día, como debimos hacer antes de que todo cambiara. Vivimos en un periodo de reflexión que nos muestra lo que podíamos haber sido si nuestra vida no hubiera seguido los dictados de esta frenética sociedad. 

Salgo a una calle vacía y las sirenas de las ambulancias resuenan con más fuerza que nunca sobre un silencio sepulcral. Paseo por el paisaje post-apocalíptico donde nos ha tocado vivir y pienso que ya estamos muertos. El virus ya nos ha matado. O al menos lo que éramos antes de que todo cambiara. Ya nada volverá a ser como antes. Se acerca el momento de renacer y empezar una nueva vida. Cada día que pasa es un día menos para demostrar que estamos preparados para el verdadero cambio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario