domingo, 1 de abril de 2018

Un extraño reflejo

Si fueran humanos no serían amables, pero tampoco antipáticos. Serían fríos y altaneros, pues su aséptica condición es tajante y no admite dudas. Son los números que nos rodean y engrosan las estadísticas encargadas de analizar el mundo. Las cifras no me dicen nada, sobre todo cuando superan las cantidades con que solemos estar familiarizados, y prefiero utilizar sentimientos y experiencias propias para describir la realidad de la emigración. Aun así, hoy hago una excepción al recurrir a verdades objetivas, a datos contundentes que diseccionan mi entorno con la precisión de un cirujano.

Para entrar en este imparcial terreno utilizaré el término "migrante" a secas, sin prefijo. Poco importa que la palabra empiece por "e" o por "in", pues en el fondo alude al mismo colectivo de personas que cambian de país en busca de una vida mejor. Según un informe de Eurostat (oficina europea de estadística), la migración internacional está "influenciada por una combinación de factores económicos, medioambientales políticos y sociales: ya sea en el país de origen (factores impulsores) o en el país de destino (factores motivadores)". En las pirámides de población que facilita este organismo europeo, podemos observar que el grupo de migrantes con edades entre los 20 y los 30 años destaca sobre el resto, con un curioso pico en el número 25. Precisamente yo tenía esa edad cuando dejé mi país. Algo pasa en ese especial momento de nuestras vidas en que cada decisión es crucial para el resto de nuestra existencia. Antes de traspasar el umbral de la madurez, se nos concede una última licencia: arriesgar antes de que sea demasiado tarde y la sociedad nos aplaste con su alienante maquinaria. Muchos se sirven de esa carta blanca para partir, aunque solo sea durante unos meses o años, y volver a tiempo para recuperar el cauce de sus vidas.

Si seguimos leyendo el informe, que analiza los datos de 2015, veremos que en ese año hubo 4,7 millones de migrantes en Europa, de los cuales 1,4 millones se movieron entre países de la Unión y 860.000 lo hicieron para regresar a su lugar de origen (grupo que incluye tanto a los migrantes retornados, como a su descendencia, nacida en el extranjero). Si queremos usar prefijos y hacer distinciones, comprobaremos que Alemania encabeza la lista de los países con más inmigrantes, seguida por Reino Unido, Francia, España e Italia. Sin embargo, parece que la prosperidad de la nación germana, que atrae a tanta gente, no es motivo suficiente para mantener a su población entre sus fronteras, pues también lidera el ranking de las que tienen más emigrantes. En este caso España pasa a un segundo puesto, seguida por Reino Unido, Francia y Polonia, y entra, además, en el grupo de 17 estados con un número de emigrantes superior al de inmigrantes.

Vale la pena destacar el poco conocido fenómeno de los "inmigrantes nacionales", es decir, quienes vuelven a su país de origen. El mismo informe hace otra clasificación de países, teniendo en cuenta la proporción relativa de este colectivo dentro del número total de inmigrantes. El nuevo podio lo componen Lituania, Rumanía y Polonia, con tasas del 74, 66 y 50% respectivamente. Al final de la tabla, con menos del 10%, figuran Italia, España, Luxemburgo, Austria y Alemania. Para ilustrar mejor esta cifra me he dirigido al INE, el Instituto Nacional de Estadística, donde este tipo de migrante se denomina RER: Residente en el Extranjero Retornado (tal vez con este largo nombre pretendan evitar el carácter peyorativo con que se suele utilizar la palabra inmigrante). Los datos recogidos son las bajas consulares de españoles residentes en el extranjero y muestran que en 2016 regresaron 56.144 personas, el doble que hace tres años. A pesar de esta positiva tendencia, nuestro saldo migratorio sigue siendo negativo: vuelven muchos menos de los que se van.


Pero estos datos son solo abstracciones de una realidad que se aventura demasiado compleja como para reducirla a tablas y gráficos. Las matrículas consulares hacen referencia a los emigrantes registrados en un consulado y, por experiencia propia, puedo afirmar que se trata de una minoría. Yo lo hice cuando llevaba 3 años viviendo en Francia, solo porque lo necesitaba para casarme. Por eso conviene dar a las estadísticas una importancia relativa. Como cuando nos ponemos frente a un espejo que deforma nuestra imagen. Al volver a vernos con nuestros propios ojos, pensamos que nunca es tarde para cambiar y evitar convertirnos en aquel extraño reflejo.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario