domingo, 8 de octubre de 2017

Mirando desde lejos

Vivir en el extranjero un largo periodo de tiempo otorga ciertos privilegios, si podemos llamarlos así, y ver las cosas desde lejos forma parte de ellos. La distancia permite analizar los acontecimientos con frialdad, pero no evita que sintamos una mezcla de vergüenza ajena e indignación ante las decisiones de nuestros compatriotas, como es el caso de la crisis de Cataluña, que ha sobrepasado límites que pensábamos ya no existían.

Si miramos desde lejos significa que no podemos utilizar nuestros propios ojos y necesitamos la ayuda de otros. La tecnología nos da herramientas que reducen la distancia, incluso si no son de fiar. Para entender lo que pasaba en mi país de origen, el uno de octubre enchufé el televisor y puse el canal 24 horas de TVE. Si bien era consciente de que la televisión pública española es incapaz de dar una información objetiva (veo el telediario de las nueve siempre que puedo y sé de qué hablo), pensaba que la censura pura y dura era cosa del pasado. Durante las últimas semanas, los telediarios trataban con el título de "desafío a la ley" toda la información referente a la crisis catalana, evitando utilizar la palabra "referéndum". Estoy de acuerdo en que se trataba de una consulta ilegal, que el gobierno catalán ha forzado y manipulado de forma indiscriminada, pero no entiendo ese miedo a llamar las cosas por su nombre. Se trata de una consecuencia más de la pésima gestión que el gobierno central está haciendo de esta crisis.

En esa misma línea, los contertulios del canal 24 horas hablaban de una actuación "exquisita" de los cuerpos de Policía y Guardia Civil que cerraban los colegios electorales. Bastaba con conectarse a facebook para ver los vídeos de intervenciones brutales, en que los agentes no dudaban en coger a mujeres de los pelos, arrastrarlas escaleras abajo o empujar a personas mayores sin miramientos. Las palabras del delegado del gobierno en Cataluña, "el objetivo son las urnas, no las personas" caían por su propio peso. Mientras mi estómago se revolvía, en televisión española sólo hablaban de los noventa colegios que habían sido cerrados y no mencionaban la inmensa mayoría que había abierto. A mediodía eché un vistazo a las noticias francesas, que se hacían eco de la represión policial. No sólo una, sino varias cadenas tenían corresponsales junto a las mesas electorales y recogían testimonios de los votantes, que hablaban de su voluntad de expresar su opinión, por encima del miedo a la policía. Curiosamente, entre los periodistas a pie de urna no había ninguno de televisión española, donde insistían en que no se trataba de una jornada electoral. Al menos pude encontrar en los periódicos digitales la información que el ente público se empeñó en ocultar.

Creo que nos podíamos haber ahorrado este regreso a un pasado de gris censura y violencia policial, que sólo conduce a fracturar aún más nuestra ya dividida sociedad y avivar el fuego de los extremismos. No se puede negar que el gobierno catalán había encendido esa llama antes y la había alimentado con una manipulación contundente, pero si el río suena, agua lleva. Y es que si tanta gente ha decidido saltarse a la torera ciertas leyes, será porque los textos no son tan buenos como parecía en un principio o porque la sociedad ha cambiado más rápido de lo previsto y ha dejado de sentirse reflejada en ellos. En un mundo como el nuestro, que evoluciona a gran velocidad, las verdades inamovibles merecen ser cuestionadas antes de que se vuelvan obsoletas para siempre.


Personalmente, una vida entre tres países me ha enseñado a dejar atrás la división que generan las fronteras. Nací en España, vivo y trabajo en Francia desde hace ocho años y parte de mi corazón, como parte de mi familia, está en Rumanía, desde donde escribo estas líneas. Mi pasaporte dice que soy español, pero también me siento francés, e incluso rumano, y, por encima de todo, me veo como un ciudadano más del mundo. Si bien ya me he acostumbrado a ver mi país desde lejos, me queda mucho que aprender de Thomas Pesquet, el último astronauta francés en visitar la estación espacial internacional, donde la distancia le ha permitido relativizar muchas cosas. No se me ocurre mejor marco para una reunión entre Rajoy y Puigdemont, que no volverían a la Tierra sin haber dialogado antes. Allí arriba, los países desaparecen para mostrarnos la única roca que todos compartimos en este cíclico viaje por el universo. Los astronautas les mirarían con estupor y pensarían que si el futuro de España y de Cataluña depende de estos dos tipos, apaga y vámonos...

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