domingo, 24 de septiembre de 2023

Silencio interrumpido

Podemos acostumbrarnos a todo. Lo difícil es, una vez adaptados a la nueva situación, volver atrás, hacer uso de esa resiliencia que tanto nos exige la sociedad actual y regresar a nuestro estado original sin rompernos por el camino, o reduciendo al mínimo las posibles cicatrices. Porque siempre queda un rastro, algo que nos recuerda que al final todo cuenta.

 

Cuando uno se acostumbra al silencio, es difícil tolerar el ruido. Este blog ha estado callado tanto tiempo, que corría el riesgo de extinguirse para siempre. Y es que cuando se pierde un hábito, otras prioridades pasan por delante y es muy difícil volver a retomarlo. En este tiempo de silencio me han pasado muchas cosas, de ésas que no apetece contar, que la vida pone ante nosotros para forzarnos a aprender de cada situación y reinventarnos. Ocurre algo que sacude nuestra existencia y lo cambia todo. Lo hace siempre de improviso, cuando menos lo esperamos, como el cambio de país de residencia, algo que me ocurrió hace ya catorce años y no deja de darme quebraderos de cabeza.

 

Al cabo de unos cuantos años viviendo en el extranjero, cuando contamos más de una década, adquirimos velocidad de crucero. Los cabos atados metódicamente durante ese tiempo empiezan a crear un tejido resistente, confortable. Nos instalamos en esa acogedora seguridad mientras nuestro lugar de origen se convierte en un territorio incierto, en donde disfrutamos durante las vacaciones, pero en donde no imaginamos una estancia a largo plazo, porque no estamos seguros de reencontrar las certezas que hemos creado lejos. No sé si esa sensación es buena o mala, no voy a juzgarla, sólo sé que es así y que puede cambiar con el paso de lo tiempo, como todo en esta vida. Por eso, cuando alguien me pregunta si me voy a quedar en Francia para siempre, respondo que, de momento, es donde vivo y donde mejor me encuentro, pero nunca se sabe lo que puede suceder. No podemos cerrar puertas, porque el cambio es la única constante en este mundo.

 

Lo más difícil de la vida en el extranjero es la distancia, la pérdida de contacto con la familia: no poder estar siempre que nuestros seres queridos lo necesitan. Todo se complica de forma inimaginable. Ahora, por ciertas circunstancias, he decidido acortar esa distancia y viajar a mi país más a menudo. El objetivo es pasar más tiempo con los míos, familiares y amigos. Porque con el paso del tiempo somos más conscientes de lo que nosotros les aportamos a ellos y de lo que ellos nos aportan a nosotros. Tal vez ese contacto sea una de las cosas más importantes en esta vida. Porque cuando abandonemos este mundo, el mayor legado que podemos dejar es la influencia ejercida en las personas que nos rodean, incluso si no somos conscientes de ella. Seguiremos viviendo en la medida en que seamos recordados, en que alguien piense en nosotros por cualquier motivo. De la misma manera que quienes se fueron viven en nosotros. Porque cualquier encuentro, conversación, gesto, comentario o acción deja una inusitada huella en quienes lo presencian. La mayor parte del tiempo, ni emisor ni receptor se dan cuenta. A veces se trata de un lenguaje no verbal, de meros sentimientos que se transmiten de forma inefable, en una cadena sinfín de impredecibles consecuencias.

 

Por eso, cada vez que vuelvo a mi tierra, intento ver a la mayor cantidad de gente que puedo. Para disfrutar de su presencia, de lo que pueda surgir en cualquier encuentro, pues en esa improvisación se halla la chispa de la vida y si no dejamos un hueco a lo inesperado, nos condenamos a la eterna repetición de lo conocido. Cada viaje es una ocasión para reencontrarme conmigo mismo, reinventarme, ordenar prioridades y cambiar, como todo en esta vida. Cambiar para sobrevivir, para seguir construyendo, como la maqueta de ese castillo que mis amigos me regalaron hace ya catorce años y que, en este tiempo de silencio, he podido terminar.

 

Así que aquí estoy, de vuelta, en este mes tan especial para mí y en que tantas cosas vuelven a empezar, dispuesto a recuperar buenos hábitos y a crear nuevos, mejores. A seguir luchando por las cosas que valen la pena. Porque lo mejor siempre está por llegar. Y cuando llegue, aquí seguiré para contarlo.

 


 

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