domingo, 30 de diciembre de 2018

Soñar despierto

Lucas siempre sueña despierto, no porque le guste, sino porque no tiene elección. Pocos saben lo que realmente ven sus ojos o lo que su mente consigue interpretar del mundo al que solo él tiene acceso. Su mirada está perdida en un insondable lugar, tan alejado que su cuerpo parece una difusa proyección de su verdadero ser.

Sin duda es uno de los empleados más conocidos del aeropuerto. Había sido de todo, desde limpiador de aseos hasta dependiente de duty free. Las franquicias que vacían los bolsillos de incautos viajeros no tenían secretos para él. Sin embargo, ninguno de aquellos trabajos había durado demasiado. Cuando empezaba a asimilar las reglas y a desenvolverse bien, sucedía algo que alejaba la confianza de sus superiores. Pero siempre había quien volvía a contratarle, embaucado por sus inocentes ojos, y le daba una segunda oportunidad, tras la que venía una tercera, una cuarta… 

Una vez descuidó su puesto para unirse a la larga cola de una puerta de embarque. Cuando le pidieron el billete, hizo el amago de buscarlo y dijo que se le había caído en algún sitio. Aunque le apartaron para esperar a que pasaran todos los viajeros y comprobar que quedaran plazas libres, estaba lejos de ocupar alguna de ellas. Lucas repetía aquella operación cada vez que llegaba la hora de embarque en la puerta más cercana. Nunca había cogido un avión ni había salido de su país. Quería volar, viajar y cambiar de realidad, pues la vida no le había sonreído tanto como a quienes servía cada día. Tras varios intentos frustrados, un día llegó a eludir el control de embarque a paso rápido, obligando a los guardias a detener su decidida marcha.  

Acabó trabajando en una cafetería de la zona de llegadas, lejos de toda tentación. Mientras limpiaba las mesas, era testigo de un cambiante teatro de emociones. Tenía pocos clientes y podía soñar despierto sin que nadie le reprendiera. Quería saber lo que escondía la puerta automática tras la que surgía un interminable desfile de figuras cansadas. Frente a aquel mágico umbral, una barandilla metálica contenía la muchedumbre que esperaba reconocer un rostro amigo. En los días previos a la Navidad, un invisible entusiasmo rodeaba a quienes aguardaban con gorros de Papá Noel o carteles que felicitaban las fiestas. Impacientes, miraban el reloj antes de vigilar la puerta por enésima vez, ansiando el reencuentro. Cuando al fin se producía, llegaban los gritos, las carreras, los abrazos, las lágrimas… la alegría, en definitiva, de ver a quien volvía a casa para compartir unos escasos días de fiesta.

Entre los espontáneos grupos, Lucas no quitaba ojo de la línea que, en el suelo, delimitaba la zona prohibida de la que procedían los viajeros. Un guardia escoltaba esa frontera para evitar que fuera traspasada por exaltados familiares. Fascinado por el origen de tanta felicidad, Lucas corrió decidido, como si hubiera reconocido a alguien a lo lejos, mientras la puerta permanecía abierta. El guardia se abalanzó de inmediato sobre él. “No puedes entrar ahí, Lucas”. Le conocía y sabía que el joven tendría que dejar el aeropuerto si volvía a ser amonestado. “No se lo diré a nadie, pero tienes que volver a tu trabajo”. Su silencio fue su mejor regalo de Navidad.

Lucas tiene síndrome de Down y forma parte de un programa de inserción laboral. Lucha por ganar autonomía y alcanzar su objetivo de viajar a una ciudad desconocida. Pero a pesar de su gran determinación, no puede controlar los arrebatos en que sueño y realidad se funden durante unos instantes. Nunca estuvo tan cerca de la línea que contenía sus anhelos como aquel día. Mientras el guardia le arrastraba hasta la cafetería, pudo ver las cintas transportadoras donde el equipaje esperaba ser recogido. Pensó que algún día sería él quien volviera a casa por Navidad. Se vio a sí mismo arrastrando una maleta y esa imagen llevó su mirada a un familiar refugio en donde seguir soñando despierto, sin miedo a ser descubierto. 

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