Aplastados
por el peso de un trabajo demasiado presente en nuestras vidas,
cegados por una profesión que utiliza la máscara de una pasión
para invadir nuestro mundo personal, a veces olvidamos qué es lo más
importante. Ignoramos los detalles capaces de justificar una
existencia. Pasamos por alto las pistas que deberían guiar nuestro
camino. A veces privilegiamos el éxito profesional y relegamos a un
segundo plano lo más valioso que podemos encontrar: las personas que
salen a nuestro paso y nos acompañan durante más o menos tiempo.
Más allá de mi experiencia laboral en el extranjero, me quedo con
una emocionante aventura personal que está lejos de acabar.
Cuando
la beca "Eurodisea" me llevó a Dijon, lo hizo incluyendo
el alojamiento, algo que facilita mucho la vida cuando no se conoce
nada ni a nadie en el lugar al que se viaja. Tuve dos opciones: una
residencia de estudiantes o una familia de acogida, aunque la
elección no parecía ser una posibilidad. Yo prefería una
residencia, pues buscaba libertad y empezar esta nueva etapa desde
cero: quería demostrarme a mí mismo que podía desenvolverme solo.
Durante mis estudios estuve en un colegio mayor y compartí piso, así
que esta vez me apetecía cambiar. No quería depender de una familia
desconocida ni plegarme a sus horarios y costumbres.
Como
si el destino hubiera escuchado mis deseos y conspirado en mi contra,
la beca me impuso una familia de acogida. Tras aceptar a
regañadientes y conocer a mis anfitriones, comprendí cuán lejos
mis prejuicios estaban de la realidad. Me encontré con una familia
amable y simpática que me acogió calurosamente y me trató como a
un hijo más. Con un carácter más que abierto, me facilitaron una
inmersión total en la cultura francesa: no dudaron en corregir mi
errores al hablar, en mostrarme sus lugares preferidos, en cocinar
las especialidades locales y hacerme probar los vinos de los que más
orgullosos estaban. Conviví con ellos durante casi ocho meses y
continuamos manteniendo una buena relación cuando me fui a compartir
piso con un amigo y cuando, un año después, me independicé
finalmente y alquilé mi propio apartamento. Se convirtieron en mi
familia francesa y siempre han estado ahí para todo lo que he
necesitado.
La
beca incluía igualmente un curso intensivo de francés durante un
mes. Además de repasar las claves de la gramática, aprendimos todas
aquellas palabras y expresiones que no figuran en ningún libro, pero
que forman parte del argot la vida cotidiana. Y, por encima de todo,
los becados formamos un grupo muy majo, que se convirtió en
inseparable y al que nuestra profesora no dudó en unirse. Españoles,
portugueses y rumanos, unidos por una misma situación, compartimos
sentimientos similares, disfrutamos de una experiencia única e
intensa, descubrimos juntos un nuevo país y nos abrimos paso en un
complicado mundo laboral.
En
lo que a trabajo se refiere, tuve la suerte de contar con simpáticos
compañeros que se convirtieron en amigos y que continuaron guiándome
en mi aventura francesa. Siempre me implico con intensidad en cada
proyecto que realizo, empujándome a integrar en mi vida personal a
quien encuentro por un motivo laboral. Como ejemplo, mientras
trabajaba en el proyecto y dirección de obra de un crematorio,
conocí a la familia de pompas fúnebres que ocuparía el edificio
una vez acabado. A pesar del respeto inicial que me provocaba aquella
profesión, descubrí a un equipo joven que me enseñó cuán humano
y apasionante es su trabajo (sí, estoy hablando de una funeraria).
Acabé haciéndome amigo del director del crematorio, que hasta fue
testigo en mi propia boda.
Y
así es como he ido aprovechando cualquier posibilidad que la vida me
ha ofrecido para crecer personalmente y convertir cada encuentro en
una buena historia que compartir. Me he dejado llevar, sin lógica
aparente, por lo que de verdad importa. Si buscásemos la razón por
la que dejamos al amor dirigir nuestras vidas, pronto nos
rendiríamos. Guiado por el más irracional de los sentimientos, hace
dos años dejé mi trabajo en Dijon para cambiar de ciudad, empezar
un nuevo camino y llegar a otra fiesta empezada, de la mano de quien
conoce al anfitrión. En Lyon encontré trabajo en otro estudio de
arquitectura, demostrándome que siempre hay oportunidades para quien sabe
buscarlas. Y aquí sigo, con la única seguridad de no saber a donde
me lleva el camino.
Singapur, 02/05/2015
Cuando abrimos los ojos, parpadeamos y, perplejos, nos preguntamos si seguimos soñando, significa que hemos llegado en el momento justo, al lugar indicado.
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