domingo, 1 de julio de 2018

Cuanto quieren que veamos

Nos miramos a los ojos, perdemos los rasgos que nos distinguen y conservamos un envoltorio parecido a cualquier otro. Percibimos solo las sombras, lejos de un interior inescrutable, abocado al olvido en un mundo superficial y vacío. Al otro lado de la red, nuestro adversario muestra la mejor imagen que ha podido crear, listo para empezar el juego de máscaras. En el tenis, como en la vida, cuando las fuerzas de dos jugadores son similares, gana quien confía más en sí mismo, proyecta una imagen más sólida y gestiona mejor los momentos de tensión que amenazan el camino a la victoria.

Todo está en la mente. El futuro ganador se concentra mientras alarga el tiempo que precede al saque. Visualiza su estrategia para intentar imponer un ritmo que le favorezca. Él sabe que la realidad es un complejo baile de espejos. Cuanto vemos es una combinación de reflejos cruzados, de lo que aparentan los demás y lo que nosotros mostramos. Toda generalización se convierte en el mejor ejemplo de este cruel mecanismo. Si hacemos uso de estereotipos, no solo faltamos a la verdad, sino que cerramos la puerta a cuanto sale de lo comúnmente establecido y solo vemos lo que otros quieren que veamos. Entramos en el previsible mundo de las apariencias, donde nada es interesante y no hay espacio para la duda o la sorpresa. Lo que realmente importa sucede en la frontera, esa tierra de nadie donde todo es posible.

Me gusta el tenis porque las líneas que delimitan la pista tienen un importante rol. Son claras, pero también gruesas y dan forma a un lugar tan peligroso como atractivo. Los mejores golpes son aquellos que llegan hasta allí y no pueden ser devueltos. Son momentos que materializan la belleza de lo incontestable. A veces la pelota juega con el peligro y roza ligeramente la línea, con tono de burla: sabe que a pesar de haber caído fuera, tiene la misma validez que cualquiera de las conservadoras compañeras que caen dentro de los límites establecidos. Los mejores jugadores entrenan ese culto a la línea y saben que les puede sacar de más de un apuro, cuando la máscara definida por su táctica no basta para marcar la diferencia.

Si observamos el mundo con los ojos de un tenista, vemos que los estereotipos equivalen a esa imagen que el jugador ofrece sobre la pista, resultado de su estrategia o de los errores que no ha podido evitar cometer. En la mayoría de los casos, los tópicos no son justos con la realidad y se utilizan como un arma arrojadiza que pretende abatir un objetivo concreto. Los clichés habituales suelen asociarse a naciones enteras, pero los hay para cada región, provincia, ciudad o pueblo. También están los más inmediatos, que utilizan el color de la piel, el sexo o cualquier otro rasgo físico para encasillar a todo hijo de vecino. Aunque intentamos ignorarlos o pensar que ya han sido superados, solo basta con cambiar de ciudad o de país para comprobar que siguen tan vigentes como el primer día. Tal vez porque la realidad absoluta no existe y depende de nuestra forma de ver las cosas, como individuo y como grupo. Vivir en Francia me ha permitido ver que las rancias ideas preconcebidas siguen bien arraigadas en el subconsciente colectivo y no juegan a favor del extranjero. Tampoco hay que ir muy lejos para constatarlo, pues en nuestro propio país se ha instalado una curiosa imagen de mi región natal, Murcia, convertida en blanco fácil para todo tipo de chistes desde hace unos años. La forma de hablar y las peculiaridades de mis paisanos han creado un nuevo lugar común y han sido motivo de innumerables mofas. 

Si participara en este juego de imágenes colectivas, aportaría mi personal visión del mes de junio, del que rescato la llegada del asfixiante calor veraniego, el tenis, Roland Garros, y las grandes victorias de Nadal. Incluso ese torneo sufre las consecuencias de las ideas generalizadas, que influyen en los locutores deportivos que dicen "Roland Garró" pensando que así pronuncian los franceses, olvidando que la regla de la "s" muda no se aplica en este caso y obviando la "a" nasal, tan difícil de articular para un español. La célebre competición es ampliamente seguida en Francia y la televisión pública le da una gran cobertura. Enciendo el televisor y veo cómo un jugador, gracias a un saque directo, acaba de ganar un partido en la arcilla de París. La pelota golpeó la línea y no dejó opción a su adversario, rendido ante la pureza de un gesto auténtico. Más allá de imágenes deformadas o ambigüas, la verdad se abre paso para acallar a quienes la atacan.