La
especie invasora llega a un territorio desconocido para ella. Tiene
que defenderse, pero también adaptarse si quiere sobrevivir. Acabará
consiguiéndolo, pues las leyes de la evolución son inexorables. Los
que alertaron del peligro de su llegada se alarman al ver que no han
podido impedirla y acusan a quienes la facilitaron o ignoraron sus
consecuencias. Al final descubren que el daño no es tan dramático
como pensaban, pero sí irreversible. Tanto la especie invasora como
su nuevo entorno han cambiado y ya no volverán a ser como antes. No
es el momento de añorar lo perdido, sino la hora de aceptar los
principios de la naturaleza y mirar hacia el futuro con esperanza.
Podría
hablar de los problemas de inmigración que asaltan la actualidad,
pero es un dilema tan viejo como el mundo y prefiero recordar cuando
fuimos nosotros, españoles, los que abandonamos nuestras fronteras
para buscar mejores oportunidades. No me hace falta ir muy lejos,
pues yo soy uno de ellos y durante mis casi siete años de exilio he
podido identificarme con otros expatriados. Lo que busco ahora son
las consecuencias de esa inmigración en el país de acogida, los
rasgos que, con el paso de los años, se han asimilado como propios y
ahora se confunden con los autóctonos.
A
mi llegada al país de la baguette me sorprendió uno de los más
evidentes signos de ese mestizaje: me encontré rodeado de franceses
con apellidos españoles. Al principio preguntaba, curioso, si habían
nacido en España o sus padres venían de allí, pero dejé de
hacerlo tras recibir las más variopintas respuestas. Muchos eran
hijos de emigrantes y sabían hablar español, en otros casos eran
nietos de españoles y habían viajado al menos una vez al lugar de
donde se remontan sus orígenes. Pero también estaban los que no
guardaban ninguna relación con el país del que procedía su
apellido, herencia de un pariente demasiado lejano.
Los
apellidos son una clara manifestación de nuestra memoria genética.
Muchos aspectos de nuestro carácter son determinados por la familia
que ellos representan y nos recuerdan que pertenecemos a algo mucho
mayor que nosotros mismos. Por más que queramos huir de las ataduras
de la sociedad y de sus restrictivas leyes, volveremos a ellas, pues
es donde nacimos y donde moriremos. Por más que queramos evitar
ciertos hábitos familiares que nunca nos gustaron, acabaremos
trasmitiéndolos, sin quererlo, a nuestra descendencia, cuyo
mestizaje los enriquecerá. A veces no somos conscientes de la
responsabilidad que recae en nosotros o de las consecuencias de
nuestros actos, que siempre están ahí, aun cuando no somos capaces
de advertirlas.
Así
es como el país galo se ha visto contaminado por nuestro carácter y
nuestras costumbres y no ha tenido más remedio que aceptar como
franceses no pocos apellidos de origen español. Los ocho más
comunes son: García, Martínez, López, Sánchez, Pérez, Fernández,
Rodríguez y Ruiz. Es difícil reconocerlos de oídas, porque los
franceses los pronuncian a su manera y hasta cambian algunas letras
para simplificar su dicción. Vale la pena recordar que el sonido de
la letra z al que estamos acostumbrados en España no existe en su
fonética y, por ejemplo, ya me he encontrado con más de un Lopes
(que ellos dicen Lopés, pues siempre enfatizan la última
sílaba) o Martinet.
En
este contexto hay una película francesa que ilustra de forma
simpática la emigración española y lo que puede llegar a aportar a
unos franceses demasiado estirados. "Las chicas de la sexta
planta" (les
femmes du sixième étage),
protagonizada por unas estupendas Natalia Verbeke y Carmen Maura,
narra la historia de un grupo de mujeres españolas que vive en el
París de los años sesenta y trabaja limpiando casas. Huelga decir
que el doblaje español quita toda la gracia de la película, que
sólo puede ser apreciada en la versión original, donde el acento de
las actrices españolas da lugar a hilarantes juegos de palabras,
difíciles de comprender si no se habla la lengua de Victor Hugo.
No
sé si mi hijo querrá vivir en Francia, si tendrá descendencia aquí
o si mi apellido pasará a formar parte de la particular lista que el
mestizaje ha creado. Sólo quiero que respete los valores que ha
heredado y los transmita a quien pueda, junto con todos esos
principios que definen nuestro camino, que sólo reconocemos cuando
ya los hemos asimilado y forman para siempre parte de nosotros.
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