Sus
arrugadas manos sostienen una bandeja de mimbre llena de golosinas.
Su gran sonrisa ilumina un rostro que más de setenta años se han
encargado de esculpir. Una tira atada a la bandeja rodea su cuello y
le ayuda a mantener su contenido horizontal mientras camina entre las
filas de asientos rojos, gritando lo que puede ofrecer. Al otro lado
de la gran sala, otra mujer de su misma edad hace lo propio con un
importante cargamento de helados. Sus figuras se recortan sobre la
gran pantalla blanca y hacen crujir el antiguo parqué bajo sus pies.
Observo, divertido, el entrañable espectáculo y doy gracias al azar
por haberme mostrado un mágico lugar donde el tiempo se detuvo hace
más de ochenta años. Estoy en un auténtico cine de barrio y la
película va a empezar.
Se
llama "Cinéma Bellecombe", recibe el nombre de la iglesia
de Lyon junto a la que se encuentra, pero bien podría llamarse
"Cinema Paradiso", pues no tiene nada que envidiar a la
sala de la mítica película de Giuseppe Tornatore. Aunque sigue
perteneciendo a la iglesia, una asociación de ancianos se encarga de
darle vida cada miércoles tarde y fin de semana. La cartelera no es
variada, pero los precios son atractivos. Hay una única sala y dos
películas cada semana, que llegan cuando ya han dejado de
proyectarse en los cines convencionales. La asociación se guarda el
derecho de elegirlas, por lo que sólo veremos títulos para toda
familia, con poca violencia, muchas comedias, producción nacional y
algún que otro clásico de la historia del cine. Los éxitos de la
temporada también pasarán por esta atípica sala donde la calurosa
acogida de su personal hará que nos sintamos como en casa. El
geométrico estilo art déco nos hará viajar en el tiempo
hasta reencontrar el modesto teatro que en los años treinta fue
reconvertido en cine. A pesar de las vetustas butacas de las primeras
filas, de las que se acordará nuestra espalda tras dos horas de
inmovilidad, el sonido es impecable y la calidad de la imagen delata
la presencia de un proyector digital. Todos los ingredientes para
ayudarnos a soñar y dejar volar nuestra imaginación en la cómplice
oscuridad.
Éste
es mi cine de barrio, el que está al lado de mi casa, pero no es el
único en Francia y esa es la moraleja de esta historia. También
están los cines de arte y ensayo, más numerosos, que proyectan
películas imposibles de ver en los círculos comerciales. Allí
encontraremos los filmes premiados en conocidos festivales o los más
destacados de cualquier país del mundo, que veremos en versión
original subtitulada. Porque, por bueno que sea el doblaje, es
imposible sustituir las respiraciones, pausas y entonaciones de los
actores. Además, estos cines suelen organizar retrospectivas sobre
un director determinado, proyecciones en presencia de actores y
director, debates animados por críticos, cortometrajes, cursos,
talleres... Pequeños detalles que dignifican al cine, tratándolo
como un arte más y no como un objeto que consumir según modas o
gustos de productoras.
Descubrí
este tipo de cines cuando llegué a Dijon, donde contaba con dos (El
Dorado y Devosge) cerca de mi casa. Tras la gala de los
Goya, siempre estaban las películas premiadas, como después de cada
festival de Cannes o de Berlín. Había ciclos interesantes y la
posibilidad de ver en versión original las mejores películas de los
círculos comerciales. Lejos de lo que pueda pensarse, estos cines no
son pequeños o cochambrosos, sino que tienen todas las comodidades
imaginables y, además, son más baratos que los convencionales.
Cuando dejé la capital de la mostaza, pensé que los echaría de
menos, pero en Lyon no he tenido razones para quejarme: hay muchos
más cines de arte y ensayo. Fue en esta ciudad donde los hermanos
Lumière inventaron el cinematógrafo y el Institut Lumière
se ha encargado de reformar muchas salas, con una programación muy
interesante.
En
España la realidad es bien distinta, pues siempre que comparemos la
política cultural de nuestro país con la de Francia, saldremos muy
mal parados. Siguiendo con ejemplos que conozco de cerca, diré que
en Murcia el panorama es más que desolador: en el centro sólo
quedan tres salas apenas rentables, acosadas por los enormes
multicines de los centros comerciales, donde ver una película pasa a
ser un acto consumista más. La única esperanza es la Filmoteca
Regional, aunque la programación sea menos actual y animada que en
los cines franceses. Recuerdo con cariño cuando mi padre me hablaba
de los desaparecidos cines de arte y ensayo de los años setenta,
cuando el cine representaba un útil instrumento que ayudaba a soñar
y ver el mundo con otros ojos.