Pasa
invisible a nuestros ojos, a veces intuimos su presencia y sólo lo
valoramos cuando ya lo hemos perdido, cuando no es suficiente para lo
que necesitamos o cuando no nos queda mucho. El tiempo es la
estructura de nuestras vidas y, si falla, las derrumba sin remedio.
Por eso morimos un poco cada vez que pasamos demasiado tiempo en el
trabajo, cuando dejamos escapar preciados instantes para disfrutar de
los nuestros y ver la vida con los ojos abiertos. Recibiremos dinero
a cambio, pero ¿de qué sirve sino para seguir el tirano dictado de
la sociedad? Acabaremos gastando esa moneda de cambio y las horas
perdidas nunca nos serán devueltas. Sin embargo, con el tiempo en
nuestros bolsillos podemos hacer todo lo que nos propongamos. Por eso
esbozamos una sonrisa con cada pequeño día ganado, con cada puente
o día festivo que habíamos olvidado, pero cuya presencia nos aporta
la energía de quien es capaz de cualquier cosa si tiene tiempo para
ello.
De
vez en cuando conviene que alguien nos recuerde que trabajamos para
vivir. En Francia todos esperan con impaciencia la llegada del mes de
mayo, el más agraciado, el que cuenta con cuatro días festivos que
se aprovechan con la ilusión de quien recibe un cheque en blanco. Al
día del trabajo, por todos conocido, añadiremos la fiesta de la
Victoria, que cada ocho de mayo conmemora el fin de la segunda guerra
mundial, el jueves de la Ascensión (treinta y nueve días tras la
Pascua de resurrección) y el lunes de Pentecostés (el día
siguiente al séptimo domingo después de Pascua). Estos dos últimos
cambian cada año, así que varias combinaciones son posibles e igual
podemos tener un día festivo por semana que dos seguidos o separados
por poco. En lo que al trabajo se refiere, es fácil deducir que este
mes no es muy productivo y todo el mundo lo considera de antemano.
Cualquiera aprovecha para coger una semana o dos de vacaciones y
hacer alguna escapada, así que resulta inútil programar una reunión
importante o pensar que un proyecto o una obra vayan a avanzar mucho,
como si de una especie de mes de agosto se tratara.
Cuando
pasé mi primer mayo en Francia, se me quedó cara de tonto por dos
simples razones. La primera es que al no estar prevenido, no pude
programar unas vacaciones o aprovechar para hacer como mínimo un
puente. La segunda es que no entendí cómo en España, un país con
fama de católico (aunque no sea así, basta con preguntar a
cualquier extranjero para ver nuestra imagen desde fuera), no sean
festivos ni el jueves de la Ascensión ni el lunes de Pentecostés.
Pocos franceses recordarán el significado de estos días, pero
ninguno irá a trabajar, aun cuando su país esté considerado como
uno de los menos religiosos del mundo y el setenta por ciento de la
población declare no identificarse con ninguna creencia. Dicho sea
de paso, el lunes de Pentecostés es considerado como una curiosa
"jornada de solidaridad". Tras el episodio de canícula que
asoló Francia en 2003, cuando el calor se llevó por delante a
muchos ancianos, se decidió donar el sueldo correspondiente a ese
día a las personas mayores. Pero en la práctica muchas empresas
deciden mantener el día festivo y pagar la jornada de solidaridad de
su propio bolsillo.
Luego
está la otra cara de la moneda, una simple regla capaz de enfriar al
más avispado: si el día festivo cae en fin de semana, no hay fiesta
que valga. No pasa como en muchas Comunidades Autónomas españolas,
que mueven las festividades como quieren para no desaprovechar su
cuota de días libres. Sin ir más lejos, este año hemos vivido una
inusual sequía de días festivos en Francia, pues el uno y el ocho
de mayo han caído en domingo... Menos mal que el lunes pasado fue
Pentecostés y pudimos disfrutar de un merecido respiro. De todos
modos ya estoy pensando en el próximo año, que será más fértil
en cuanto a esos días perdidos para el trabajo.
Suelo
mantener una sana rencilla con algunos amigos franceses cuando nos
disputamos el título de país que menos trabaja. Yo suelo decir que
en España no tenemos mes alguno que se parezca a su volátil mayo y
ellos sacan a relucir, una vez más, el estereotipo del español
holgazán y fiestero, que bebe sangría y no se salta una siesta. Así
que, por curiosidad, me he informado para saber quién tiene razón y
ver hacia dónde se inclina la balanza del ocio. Francia cuenta con
un total de once días festivos por año, mientras que España...
tiene catorce y sólo es superada por Finlandia como nación europea
con más días libres. Mi habitual lucha contra los prejuicios parece
lejos de la victoria.
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